TRANSVULCANIA

Transvulcania son emociones. Es madrugar mucho, ponerte nervioso, hasta tener miedo, y pasar frío en el faro. Es salir muy rápido, perderte de tus amigos, pero saber que los vas a volver a ver, más adelante, seguro. Es la piel de gallina cuando un pueblo entero te anima a las 6.30 am. Es un amanecer romántico, quizás, por eso lo llaman Las Deseadas. Es sentirte libre cuando bajas al Refugio del Pilar, y pesado cuando llegas al Reventón. Ahí miras a tu compañero de cordada, que lo has vuelto a encontrar, y le preguntas, hoy qué? Y ya sabes lo que va a pasar el resto de la carrera.

Es la pájara del Pico de la Cruz, como olvidarte si me has visitado las tres veces que estuve allí, o quizás fui yo el que te busque, pero siempre nos hemos visto. Es la Caldera de Taburiente, que entre piedra y piedra, te deja sin palabras cuando miras a tu izquierda. Y casi sin darte cuenta estas en el Roque, y te engañas a ti mismo: venga va, solo queda bajar. Y que bajada, quien te lo iba a decir, que lo más duro de la carrera iba a ser la bajada. Ya no vuelas, solo trotas, cuentas cada metro de elevación, buscando el 0 en el reloj. Notas como probablemente alguna uña te abandone. Escuchas la música, al speaker, sabes que estas cerca de Tazacorte, y disfrutas del sendero en el acantilado.

La Transvulcania es tuya, o eso piensas. Y llegas a la playa, imposible no sonreír, mucha gente, imposible no soñar. Te echas un caldero de agua en la cabeza y aprietas los dientes. No vale caminar. No vale caminar. Calor extremo pero escalofríos. Y el carril azul. Niños buscando chocar las cinco, cada vez se oye mejor a Depa, ahora sí que es tuya. Cierra los ojos y vuélvelos a abrir, no estas soñando, es la recta de meta de Transvulcania. Saboreas cada metro, cada imagen, cada emoción. Porque Transvulcania es eso, Transvulcania son emociones.